viernes, 5 de agosto de 2011

Entre milongas y mal de amores...



Una noche como tantas otras Martina fue a milonguear a la Chamuyera. Entre paso y paso, reboleo de piernas, piensa que el día no alcanza para bailar al ritmo del dos por cuatro. De fondo tararea Gardel y la remonta a tus ojos avellanas tristes que decidieron partir para nunca más volver. La melodía concluye.
Elige una mesa, se sienta, y pide una botella de vino malbec. La copa guarda los secretos del viñedo de Mendoza, que lo vio nacer, a la vez que atesora sus lágrimas derramadas por un amor que no pudo ser. El vino es su interlocutor, su doble que responde, indaga su pasar atormentado de recuerdos. No logra escucharlo, comprenderlo, el vino se derrama sobre su pollera blanca. Ahora es parte de su disfraz, cubre su cuerpo, acaricia su piel cansada de militar por tu amor fallido.

Todo era como siempre pero distinto, porque él ya no estaba a su lado, no lo estaría nunca más. Sin pensarlo las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus ojos opacando el brillo del atardecer tardío que por la calle caía sin prisa. Como caen las hojas de otoño cuando les llega su tiempo, como enmudeció su pensamiento cuando dijiste que no volverías.
No puede más, quiere que este pesar llegue a su fin. La infinitud de su desesperanza aturde los ecos que persiguen una salida, un escape. Algo debe pasar, algo que deje una marca indeleble, una marca que la haga saber que sigue respirando, que su pulso no se ha agotado.
Soledad aplastante, demoledora de muros que se reconstruyen en un circulo perpetuo, procurando la oscuridad de su mente, de sus pensamientos que se enceguecen con la luz del día, entonces escapan de ella como huyen de la noche, porque no hay lugar posible para el dolor, para la ausencia del otro, para la desaparición de si misma.
La soledad es no poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla sinónimo de un paisaje. La soledad sería esta melodía rota de mis frases.[i]
Se piensa en soledad, en silencio… No puede alcanzarte, apresarte, estas demasiado lejos todavía.
Como en un hueco ensordecedor está sin un pensamiento que no seas tú. Su mente te recorre por tus espacios vacios que dejaron un amanecer sin sol. Se despierta entre sombras que tu recuerdo tejió sobre la manta que abriga sus inviernos.
Se siente en soledad, en silencio… Algo ha permanecido inerme al paso de los años.
Como en un solsticio habita su ser alado por permanecer en un tiempo pasado. De nada vale lo invertido en caricias que se esfumaron en el rincón del olvido. Su cuerpo ya no se reconoce, no siente la soledad que mora en la piel arrumada de tu nombre.

Pensar que en un tiempo conoció un cuerpo enaltecido por los silencios de una pasión sin frenos, sin escape. Un cuerpo envuelto por el fulgor de tus labios que recorrían milimétricamente cada espacio hasta hacer un peregrinaje por sus caderas exaltadas. Los labios torpes, sin límites, ni horarios cambian la sintonía de tu voz que en silencio pide a gritos una caricia. Caricias que se imprimen en la piel hasta hacerse aparecer por el afligir de una despedida sin adiós. Mentiras que recubren tus manos que se escabullen por el cerco de una plegaria hecha a los santos para que el día de mañana, tú ser siga perpetuando el olvido sin recuerdos entristecidos.

Las piernas entrecruzadas haciéndose uno en la sincopa de una melodía sin acuerdos previos, sin miramientos por la figurabilidad de un ser que se esgrimió en un llanto de placer. La desnudez congelando un desierto de sensibilidad, llevando hasta lo imposible el sudor de tu cuerpo jadeante, que devora la cama por venir a un encuentro furtivo entre dos desconocidos que se abrazan en la noche desértica de una mirada distante, que se aleja de las cosas. Sin un final predecible se esconde el abanico de sentimientos que esparcen por la habitación un sabor amargo a despedida.
No se puede gozar con un cuerpo prestado, no se puede gozar cuando un cuerpo es regalado, no se puede tener un cuerpo cuando lo invade la angustia de no ser para otro más que un pedazo de carne.

Otro palíndroma inmortaliza tu ausencia, convertida en un azar nada, para desplegar tu obscuridad enaltecida por el fantaseo inconsistente de un juego de palabras que recupera un Adán desmenuzado por los pecados de un amor desenfrenado, acribillado por atar rata, Satarsa peregrina tu cuerpo inmaculado, apropiándose de tu olor a sexo desgastado por otras pieles transparentes que se retuercen en el sin fondo o sin caída de los besos que martirizan…
Cuidado con las palabras
                                                                                                   (dijo)
                                                                 tienen filo
                                                                te cortarán la lengua
                                                                                              cuidado
                                                              te hundirán en la cárcel
                                                                                           cuidado
                                                            no despertar a las palabras[ii]

Entre balbuceos repite que su corazón está astillado, amarrado en un puerto sin salida posible, enmarañada de pensamientos se aquieta sobre su confortable cama. Hace el intento de quedarse dormida pero de repente la invaden una serie de pensamientos, de ideas que leyó hace tiempo en un libro de cuentos. Alguna dice así: (…) estaba viva y crecía y la flor iba muriéndose y eso también era la vida, sobre todo eso la vida: una agonía desde el principio con algo de esplendor y bastante tristeza.[iii]

Extranjera ajena, irreconocible en el espejo que le devuelve una imagen difusa, colmada de malestar que corrompe sus sentimientos, traumándola, resucitándola con cada suspiro, con cada gemido inventado por los viejos tiempos. Discurrir de un discurso estrafalario, loco, incoherente, retorcido, maléfico. Su decir se escabulle hasta sucumbir en la lápida de un pasado mejor, de días extraños que fueron felices acompasados por la musicalidad de un lamento boliviano que un día se perdió.

 (…) nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
(…) (todo lo que se puede decir es mentira)
el resto es silencio
sólo que el silencio no existe
no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia[iv]
Suena el timbre, Martina no imagina quién puede ser a esta hora, con este frío de invierno. Hace un esfuerzo, se levanta de su cama y se dirige a la puerta, pregunta quién es, pero no recibe más respuesta que otro timbrazo que la aturde. Vuelve a repetir la pregunta en un tono más severo y como respuesta esta vez, escucha un hilo de voz que le pide que por favor le abra la puerta, que afuera hace mucho frío y que tiene la imperiosa necesidad de hacerle algunas preguntas sobre una persona que ha significado mucho en la vida de ella. Reconoció aquella voz tenue como la luz de la noche, abrió la puerta y Esteban entró sigiloso, como escondiéndose de quien sabe quién. Ella le ofreció una taza de té que él aceptó gustoso.
_ ¿Te acordás de aquel verano en la playa de Puerto Madryn  cuando conocimos a…?
_ Sí, lo recuerdo perfectamente. Sé a quién te estás refiriendo Esteban, es mejor no nombrarlo, porque la verdad es que estas últimas noches no pude pegar un ojo pensando en él. Realmente no sé cómo pude sostener y engancharme en una relación que nunca fue sana para mí, que me cubrió de malestar y muy poco placer.
_ Yo te lo advertí amiga, pero como siempre no me hiciste caso. Apostaste por algo que no tenía ningún tipo de futuro a sabiendas, ese fue tu error, tu grave error.
_ Bue, no importa, dejémoslo mejor así. ¿Por qué preguntabas eso? No entiendo cuál es el sentido la verdad.
_ Porque hará una semana me enteré que él había desaparecido, dejando a toda su familia abandonada, sin un peso, a su empresa sin ningún tipo de aviso, sus empleados desesperados no sabían qué es lo que debían hacer. No hay rastros de él por ningún lado. No atiende el celular, no se conecta a ninguna red social, un misterio. Me pidieron si vs tenías alguna noticia, como para poder entender qué es lo que le pasó a este pibe.
_ No, la verdad es que me sorprende lo que me contas, no sé nada de él desde que nos separamos, ningún mensaje, ningún llamado, ningún mail, nada de nada.
Se quedaron en silencio, pensando posibles razones de la desaparición de Bautista. No sabían por dónde comenzar a enhebrar esta historia extraña. Se devanaron los sesos Bautista se había convertido en un exiliado de su propia vida. Que de repente había dejado todo, para comenzar de nuevo, en otra ciudad o hasta en otro país alejado como el reino de nunca jamás. Era una posibilidad, lo raro era que no se había comunicado con su hija a quien adoraba con locura. Eso sí que era difícil de entender. Lo demás no, todos nos podemos hartar de nuestra vida y hacer la prueba en otro lado, con otros personajes que nada sepan de quienes fuimos y qué fue lo que hicimos. Martina reconoce que incluso ella, al separarse de Bautista lo pensó, sólo que no tomó el coraje necesario para hacerlo.
Ya eran las dos de la mañana ambos al día siguiente trabajaban así que Esteban se despidió, quedaron en que cualquier novedad que alguno de los dos sepa, se la iba a comunicar al otro de forma inmediata.
Otra noche más que Martina no pudo dormir, ya que no paró de pensar en Bautista, no podía creer nada de lo que le había contado su amigo.
A la mañana siguiente mientras preparaba su desayuno, sus narices se impregnaron del perfume de Bautista, nunca le pasó nada igual. No se lo podía sacar de encima, se bañó en su perfume y no hubo caso, el otro se había como instalado en sus orificios nasales, esto producía un estremecimiento en todo su cuerpo.

Mentirse nunca es una buena opción, uno puede a llegar a armar ilusiones – alucinaciones que empañan nuestros sentidos. Esto le pasó a Martina, nunca creyó en que no vería más a Bautista, estaba segura que uno de estos días el iba a golpear su puerta nuevamente. Pero esto no sucedió jamás. La realidad más triste nunca nos devuelve el mirar de unos ojos enamorados, ni el calor de un abrazo consentido, eso nunca pasa.

Bautista:
                Como empezar esta carta, que en realidad es una demostración del amor que tengo. Apenas te vi en aquella foto, me imaginé a tu lado. Cuando empezamos a chatear saboree el encuentro de dos almas que se conocen. Apareciste sin siquiera saberlo, apareciste inundando todo con la miel de tus labios. Suponiéndote a mi lado, pude soñar que la realidad me había regalado el manantial de tu cuerpo aferrado al mío.
                Tus ojos brillan tanto que su luz ilumina todo a su alrededor. Encandilan de a ratos, si los miro fijamente, como si estuvieran prohibidos a la mirada furtiva. Cayendo el día te veo acariciar mi cuerpo con tus manos que recorren cada rincón de mi piel. Me siento estremecer cuando te precipitas y sobre tu lecho repiquetea el sudor de nuestros cuerpos.
                Me gustaría poder besarte, poder abrazarte, sentirte nuevamente dentro mío, para saber que no te fuiste, para creer que no te has ido. Solo imágenes vienen a mi mente apaciguando el tormento de no tenerte a mi lado. Porque sin pensarlo, un día te marchaste y fue lo más desagradable de esta historia ya que se empezaba a desdibujar como lo que se escribe sobre la arena. Sólo que tu recuerdo me acompaña por las noches cuando desvelada me despierta el perfume de tu ser.
                Me tengo que ir despidiendo pero no tengo ganas de hacerlo, porque así por lo menos te tengo en el papel, es una pena que todo ya haya terminado, aunque para mi vos sigas estando muy presente.
                Te dejo un beso grande y un fuerte abrazo.
                Te amo y siempre lo haré.
Tu Martina.

Hasta que un día como pocos comenzó a escribir algo sobre la arena pero el viento furtivo lo hacía desaparecer rápidamente, eran instantes fugaces lo que duraba cada pincelada. Sin más lo siguió intentando, dejando zambullir sus palabras en el mar que sediento iba en busca de más. Parecía un juego sin finalidad pero lo escrito perdura en la lectura de quien quiere recordarlo, así que más tarde sobre papel volverá a estampar aquellas historias que la playa le prestó. Unas gaviotas revoloteaban haciendo acrobacias acompañando su escritura como un festín que la tarde invitaba.
Fue maravilloso la experiencia de lo efímero, de lo que se borra sin poder capturarlo más que en sus pensamientos, de la arena en blanco que cobija nuevas narrativas que el mar absorberá en su inmensidad  mientras ella pensativa intentará acariciar la posibilidad de un cuento que está por nacer.



Analía Rossi


[i] Alejandra, Pizarnik: Poesía (1955-1972) Editorial Lumen, Pág. 271.
[ii] Alejandra, Pizarnik: Poesía (1955-1972) Editorial Lumen, Pág. 307.
[iii] Valenzuela, María: Cuentos completos y uno más. Editorial Alfaguara, Pág. 142.
[iv] Alejandra, Pizarnik: Poesía (1955-1972) E 3vditorial Lumen, Pág. 398-399.

viernes, 24 de junio de 2011

Blancos pétalos sobre blancas sábanas…


Como un torrente de llovizna, se esparció por todos lados tu color blancuzco como la nieve de invierno, tu piel, la mía se estremecieron con cada una de las gotitas que las rozaban, confundiéndose con el sudor de los amantes en el atardecer…



El tiempo dejo de correr, se detuvo unos instantes que fueron eternos, para que podamos reencontrarnos el uno con el otro, reinventando un amor que no pudo ser, y que tampoco será; porque de él se desprenden las metáforas aún no metaforizadas, no hechas canciones recitadas por antiguos juglares que se esconden ante el público de Uma y sus curiosos ojos que no cesan de repetir la búsqueda por el infinito y sus cualidades difusas…



El viento golpea nuestros rostros, le pinta arrugas gastadas de tanto reír, de tanto llorar, porque las lágrimas surcan tu cara blanca como el alba de la mañana al despertar. Y estás tan lejana por momentos que mis brazos no logran alcanzarte, abrazarte, te escabulles como una ciénaga en el mar, entre el oleaje que no se detiene a mirar quién hay detrás ni delante, que no cesa, que no cesa de inscribirse en la arena donde se escribe nuestra historia, la mía, la tuya, la de Uma, la nuestra…



Somos, seremos alguna cosa alguna vez, o sólo pensamiento de un hombre barbudo sentado que espera el porvenir como el día ansia la noche de luna llena. No lo sé, la verdad es que hoy sólo poseo un conjunto de conjeturas que no se si en realidad me sirven para algo más que regocijarme en mis propias locuras de escritor fracasado, inventando personajes, vidas, pasados, futuros, lugares no conocidos…



Blanco el tapiz que te envuelve como los pétalos de las rosas, pero en este caso son los pétalos de las violetas, que se deshojan en el otoño de tus labios…



Imposible misión llegar hasta ellos, rozarlos, hacerlos míos, guerrear con tu lengua, hasta acabar tendidos en mi cama, que te cobijará, y tal vez este sea tu nuevo lugar en el mundo. Tu vientre tibio abriga el mío, confundiendo nuestros cuerpos, solapando los silencios, aullando los gemidos…



La noche caprichosa,

ruidosa,

sonora,

insaciable,

irresistible,

persigue tu existencia recelada que garabatea sobre papeles ya desteñidos por el paso del tiempo.



Encontrarte por la calle, como por casualidad, y que tu mirada se pose sobre la mía, apropiándosela, que sea furtiva a la vez, disimulada, no pensada, imaginada pero real, tan real que recubra este sórdido pesar que se acorrala para no perderte aun no teniéndote.



Quizás creo que todo esto que estoy sintiendo en verdad no es lo certero, lo que me devuelven mis ojos al mirarte, lo que me oigo a través de tus palabras, lo que fundan mis sentidos es tan estrafalario, tan impensable, para un cuerpo como el mío, que los ángeles caídos deben estar de fiesta esta mañana. soledad es lo que me define, así en minúscula, para que no se vuelva tan insoportable,

tan repelente,

tan intransigente conmigo mismo,

para que no se acostumbre a mis días,

para que se vaya pronto,

muy pronto

y decida no volver más.



¿Se podrá despertar a tu lado?

¿Acariciaré algún día el cuerpo tibio de una mujer que me ame?

¿Me emocionaré con sus sonrisas?

¿Fantasearé con su rostro hasta convertirlo en pesadillas?







Blancos sobre más sobre más blancos hasta despertares lilas…



La partida sigue siendo difusa, confusa, plagada de miedos y malestares, nunca te sienta bien, si no es prescripto por el corazón, quien es el único capaz de recetar su más venéreo antídoto.




martes, 1 de marzo de 2011

Una noche donde todo cambió


Un día como cualquier otro me levanté muy temprano, esperando no se qué cosa del destino, de lo que me iría a deparar la insoportable soledad en la cual desde hacia largos años estaba sumergida. Preparé mi desayuno de siempre, tostadas con café con leche con espumita, mi preferido, con mucho edulcorante para endulzar un poco más la vida de uno.

En el trabajo no había demasiadas novedades, todo transcurría con el mismo tenor de siempre. A veces más apurada que en otros momentos, mi día se estaba llevando lo mejor de mí. En esos tiempos se me ocurre hacerme pájaro para poder realizar un largo viaje hasta los confines del mundo, a lo mejor, convertida en un animal podría conocer gente que me quiera y que quiera volar junto a mí. Imagino estas cosas desde que tengo memoria, no sé por qué motivo me tocó ser persona, no me quejo todo el tiempo pero podría haberme transformado en otra cosa menos penosa.

Tengo 30 años, nacida en Bermúdez, soltera, sin hijos, sin familia, sin nada de nada, podríamos decir que si me llega a pasar algo la única que acudiría a mi encuentro sería mi perra Eulogia. Realmente ella si es alguien que adoro y por la cual haría lo imposible si me lo pidiese.

Hace ya diez años que vivo en Buenos Aires, una ciudad que me encanta, llena de atractivos y variedad de ofertas en todos los sentidos. Me vine acá a estudiar antropología, carrera desafortunada según mi difunto padre, que no comprendía el hecho de andar escarbando en el pasado, cosas que ya estaban enterradas por algún motivo, qué sentido tenía despertar esas cosas. Nunca logró entenderme y cuando se enteró de que me iría a Buenos Aires estalló con un brote de angustia, estuvo dos meses en cama desde mi partida, hasta que de a poco se fue haciendo la idea que era lo que realmente quería para mi vida. Iba a visitarlos seguidos, también tenía una hermana más grande, la cual murió hace ya 9 años en un accidente junto con mis dos padres, cuando venían a visitarme a Buenos Aires. Eso nunca lo pude superar, por más terapias que realicé nunca me lo pude perdonar, estuve a punto de abandonar todo y volverme sola a Bermúdez, pero por suerte la terapia sirvió de algo y decidí vender la casa de mis viejos y con esa plata me compré mi actual departamento en Recoleta, podría decir que nada mal. Es bastante amplio, con dos habitaciones, grandes balcones, lleno de flores de todos los colores existentes, debo confesar que son mi debilidad.

Nunca en mi vida estuve íntimamente con un chico, no sé no se dio, quizá las personas con las que me crucé o un problema que tengo yo, pero nunca me desnudé ni fui completamente de otro. A veces fantaseo cómo será ese momento tan especial y mágico para mí, pero me cuesta mucho imaginármelo. Desgraciadamente no encontré la persona adecuada, eso que últimamente no soy nada pretensiosa.

Mi hermana no se parecía en nada a mí, ella terminó el secundario y ya había tenido su primera vez en Bariloche, después tuvo una seguidilla de noviecitos y amantes indescriptibles, al punto que en su velorio estaban todos ellos juntos. Como se debería haber reído desde arriba, y obviamente mis viejos seguro que se horrorizarían, ellos eran tan antiguos que no aceptaban que uno podía tener relaciones con gente que recién conocía.

A me olvidaba decirles algo importante mi nombre, el mismo es Juana Ortiz. Si lo primero que pensarán es en Juana de Arco, pero no hay ni una pizca de ella en mi cuerpo. Aunque a decir verdad en lo único que nos parecemos es que en mi laburo lucho con quien se interponga en mi camino, voy hasta las últimas consecuencias no importándome absolutamente nada de nada.

Hace dos años aproximadamente viaje a Europa a un intercambio universitario, donde estuve en Francia dos años haciendo un doctorado. La verdad que esa época en mi vida fue la mejor, otro idioma, otra gente, otra ciudad, otras calles, otras rutas, eso realmente fue extraordinario. Tuve un principio de historia con un francés que me volvía loca de amor, pero el problema es que tenía novia y estaba a punto de casarse. Era sociólogo, 30 años, muy lindo, muy dulce. Había momentos en donde me abrazaba como nunca me abrazo nadie, me hacía sentir que entre sus brazos nada podría pasarme. Pero duro demasiado poco todo, al mes y medio se caso y se esfumó de mi vida como por arte de magia. Después de él parecía que alguien me había hecho un embrujo porque no apareció nadie más, ni siquiera para unos besos.

Debo confesarles algo que espero tendrán la discreción de saber guardar. Me sentía por ese tiempo muy pero muy sola, estaba una noche, ya era muy tarde, muy borracha, había tomado demasiados bayles sin haber comido ni siquiera un pedazo de queso. De repente se me acerca una chica más grande que yo y muy bonita, con la cual entablamos un fluido diálogo, ella es psicóloga, 32 años, ya les dije muy atractiva, todas las miradas del bar se posaban en su andar. Todo fue normal hasta que de golpe se acerco a solo dos centímetros de mi cara, yo no sabía qué hacer, hasta que ella tomó la iniciativa y me besó. En realidad fue el beso más largo y más lindo de toda mi historia, no puedo explicarles las cosas que sintió mi cuerpo, las sensaciones que recorrieron mi piel, nunca me había pasado nada igual, ni siquiera con el francés, del cual pensaba que moría de amor. Fue la primera vez que besaba a una mujer y nunca más me pude olvidar de ese momento, fue algo único, inexplicable con palabras. Pasado un tiempo la chica me invitó a ir a su apartamento, lo dudé pero finalmente acepte la invitación, ella fue muy dulce conmigo, me cuido todo el tiempo.

Llegamos al apartamento era muy cómodo, muy espacioso y luminoso. Al entrar me tomó de la mano y me llevó a la cama, que era gigante. Comenzamos a besarnos suave e intensamente, nos tocamos sin detenernos a pensar en las consecuencias que tendría esto en la vida de nosotras. En un momento me animé y decidí contarle que nunca había estado con nadie, que me daba un poco de miedo como me podía llegar a desenvolverme en la cama con ella, ya que no contaba con experiencia alguna.

Me contestó que no tuviera miedo, que ella me iba a cuidar, que era algo diferente estar con una mujer y con un hombre. Que yo le gustaba demasiado, que hacía tiempo que no le pasaba esto con nadie. Finalmente fuimos despacio pero sin prisa, disfrutando cada milímetro de nuestro cuerpo, recorriendo nuestra piel, como si nunca antes la hubieran acariciado. A medida de que avanzábamos nos íbamos introduciendo en el cuerpo del otro, descubriendo sentimientos intensos. Cada movimiento me descolocaba al punto de hacerme desfallecer de pasión. Todo era demasiado apetecible, como si fuera el mejor plato del mundo. Nunca antes me había pasado algo parecido a esto. Quisiera inmortalizar este tiempo, congelarlo para recordarlo en una infinidad de horas. Las caricias que nos dimos estarán por siempre en mí. Los besos me acompañarán toda la vida. Realmente fue la mejor noche de mi vida.

Esa noche me quedé a dormir al lado de ella, dormimos abrazadas, desnudas, sintiendo el olor de nuestra piel. A la mañana siguiente me preparó el desayuno, volvimos a hacer el amor y luego me despedí. Intercambiamos los teléfonos, con la promesa de un nuevo encuentro.

En los días siguientes no tuve novedades de ella yo tampoco la llamé, prefería esperar a que lo hiciera ella. Con cada paso que hacía no podía sacarme de la cabeza a Ana. Tan difícil era sopesar ese mal trato, que esperaba que apareciera en algún momento. Como los días pasaban decidí llamarla, arreglamos para encontrarnos nuevamente. Esta vez fue en otro bar, tomamos unas copas de vino tinto para terminar brindando con champan. Luego, esta vez la invité yo a mi apartamento. Hicimos el amor durante toda la noche, casi sin tener respiro. Los orgasmos se multiplicaban, con cada caricia, con cada beso. Entrada la noche nos quedamos dormidas. Al día siguiente cuando me desperté Ana ya no estaba. Me entristecí mucho al no verla a ella, no la sentí cuando se fue. Lo primero que hice fue llamarla para saber por qué se había ido. Me contestó que tenía cosas laborales para hacer, que no me quería molestar, que si yo podía almorzábamos juntas. Le dije que sí y a la una y media nos encontramos comimos algo rápido, mientras hablábamos de cosas superfluas. Después de un rato le pregunté si ella estaba dispuesta a tener una relación conmigo comprometida, que yo estaba dispuesta a hacer lo que sea para estar con ella. Tardó en contestarme, tuve mucho miedo de su respuesta, sentí que lo iba a perder todo de vuelta. Me tomó de la mano suavemente y me dijo al oído que sí que estaba dispuesta a apostar todo por nosotras, que hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido por nadie.

Me quedaba poco tiempo en Francia, y la verdad es que nos instalamos en mi apartamento, vivimos juntas tres semanas. Nos llevamos muy bien, compartíamos juntas todo el tiempo. Finalmente llegó el día de mi partida, mi estadía había concluido, yo le propuse a ella que se viniera conmigo a la Argentina, que le gustaría mucho Buenos Aires, que podría conseguir trabajo de lo suyo enseguida, que yo la ayudaría, que a mí ya me estaba esperando un buen trabajo con un buen sueldo, que yo tenía mi propio apartamento, que no tendríamos que pagar alquiler. Ella lo dudó, pensó un largo rato, y con lágrimas en los ojos me dijo que no podía dejar todo en su país, que no sabe si soportaría estar lejos de su familia, de sus amigos, que la perdone, pero que eso que le estaba pidiendo era imposible para ella ahora. Me acompañó al aeropuerto, nos besamos y nos despedimos. El viaje fue realmente agotador, además no podía sacarme de la cabeza su cuerpo, su piel, sus labios, todo ella. Era demasiado duro tener que estar tan lejos y sabía que algo a esa distancia jamás funcionaría, por más que pusiéramos cada una todo lo que podíamos.

Mi llegada a la Argentina fue muy triste, nadie me esperaba en el aeropuerto. Pasé a buscar a Eulogia por la guardería de una amiga que se había hecho cargo de ella y de mi apartamento. Era tal su alegría que la verdad que se me olvidó todo al verla. Fuimos para casa a disfrutar de la compañía nuestra.

Me conecté a ver si la veía a ella conectada, tenía ganas de verla aunque sea por la cámara. Tuve la suerte de encontrarla, así que hablamos, nos dijimos lo mucho que nos extrañamos.

Durante meses nos comunicamos por internet, nos veíamos por la cámara. Igualmente se me hizo muy duro estar lejos de ella, sin su cuerpo. Llegó el 14 de marzo, la fecha de mi cumpleaños cuando de repente tocan el timbre de casa y para mi sorpresa, realmente no lo esperaba estaba ella, Ana, con sus brazos abiertos y un regalo entre sus manos. La besé como nunca bese a nadie, subimos a mi casa, le presenté a Eulogia, se hicieron amigas rápidamente.

Su estadía en casa fue fabulosa, la pasamos espectacular, hacíamos el amor toda la noche. Hasta una noche lo hicimos bajo las estrellas en el edificio de mi terraza. Se quedó por tres meses que pasaron para mi gusto demasiado rápido, en ese tiempo recorrimos el sur de nuestro país. Llegamos hasta Calafate, el ruido del desprendimiento de los hielos continentales la verdad que es impresionante, no se puede creer. Hacen una implosión que inunda los oídos de todos los presentes y ni les cuento lo que implica caminar por el glaciar Perito Moreno, ver sus lagunas.

La despedida fue más fuerte que la anterior, pasamos más tiempo juntas, nos conocimos más, nos gustamos cada día más.

El tiempo pasaba sin ningún sentido, las horas transcurrían como si no ocurriera nada. El silencio invadía mi vida, cercenando las posibilidades amorosas, por qué me fui a enamorar de una mujer, francesa, al otro lado del mundo. Se hacía muy difícil estar sin ella, era demasiado lo que la extrañaba.

A los seis meses no soporté más esta situación de vivir lejos de ella y decidí llamarla para que hablemos y decidamos si queremos estar juntas, comprometernos a estar peleándola. Ella me dijo que se lo dejara pensar, que le dé tiempo para procesarlo. Le dije que bueno le daba una semana, que a la siguiente volvíamos a hablar.

A la semana siguiente me llamó, temblé al atender el teléfono, sabía que era Ana, tenía miedo de su respuesta. No imaginaba lo que ella me podría decir. En un momento comencé a llorar sin parar, sin que Ana me dijera absolutamente nada. Traté de calmarme, de escucharla, hasta que ella me dijo que para ella era realmente muy difícil dejar todo por mí, no porque no estuviera dispuesta a hacerlo, sino porque no se creía capaz de hacerlo sin tener alguna consecuencia para ella. Tenía la duda de que esto fuera algo que el día de mañana me lo pudiera reprochar. Yo le dije que la entendía pero que no podía sostener esta relación a mil kilómetros de distancia, que se me hacía demasiado duro todo esto, no tenerla cerca. Esperaba otra decisión, no me esperaba esta respuesta. Volví a llorar de manera acongojada, ella trataba de calmarme. Hasta que de pronto me dijo que nunca había amado a nadie como a mí, que haría el intento de irse a vivir conmigo acá, que buscaría trabajo. Mis lágrimas desaparecieron y mi sonrisa se dibujó en mi cara, no puedo explicar lo contenta que me sentía.

Al mes siguiente Ana estaba con sus valijas en mi apartamento. Emprendimos un camino juntas, que a cada paso buscábamos la manera de estar una al lado de la otra. Ella consiguió trabajo al poco tiempo, en una clínica privada y en un psiquiátrico de niños, el Tobar. Ella todos los días volvía feliz de laburar, eso la verdad que la llenaba de felicidad. Eso ayudaba mucho a que estemos bien juntas, que ella se pudiera adaptar a una nueva ciudad, con otra gente, sin conocer a nadie.

A los seis meses vinieron sus padres a visitarla a Ana y a conocerme a mí. El encuentro fue muy fructífero, muy ameno. Se quedaron por una semana, los llevamos a recorrer la ciudad. Les encantó quedaron fascinados con Buenos Aires. Les caí muy bien, hicimos muy buenas relaciones.

Al tiempo Ana recibió un llamado de que su madre estaba muy enferma, le habían detectado cáncer de páncreas. Parecía que estaba bastante avanzado, ella necesitaba ir con su madre, acompañarla, compartir con ella los últimos momentos de su vida. Se fue inmediatamente para allá. Fue muy duro para ella, no tiene hermanos y su padre es una persona muy grande que sólo no puede sobrepasar este difícil momento.

A los dos meses después de varias quimioterapias, su madre se dejó morir, no daba más, no podía seguir viviendo así. Fue un 30 de junio que su madre murió acompañada de su hija y su marido, con el cual había compartido toda su vida.

Ana decidió quedarse en Francia junto con su padre, era demasiado duro para él quedarse solo y afrontar esa inmensa soledad que lo envolvía. Tampoco podía hacer venir a su padre a la Argentina, obligarlo a dejar todo en el país que había vivido durante toda su vida era demasiado.

Al tiempo viajé yo para verla y contenerla en este difícil momento para ella. Además realmente necesitaba tenerla cerca, hacer el amor con ella, mi único y más preciado amor, que nunca perdería, ni tampoco olvidaría pase lo que pase.

Estuvimos un largo tiempo, un mes entero, pero luego yo me tuve que volver porque no podía tomarme más tiempo en el trabajo. La vida era demasiado dura conmigo, una vez en la vida que habían encontrado a alguien a quien amar y compartir mi vida. De vuelta a estar separada de Ana, eso sería imposible.

Es algo sumamente difícil para mí volver a estar en esta situación. Ana iba a viajar a la Argentina para verme por dos semanas, pero algo horrible sucedió. El avión por el que viajaba Ana, se estrelló y murieron todos los que viajaban ahí, ningún sobreviviente.

Cuando recibí la noticia no lo podía creer. Otra vez me pasaba lo mismo que me había pasado hace 10 años atrás con mi familia. Por venir a verme había muerto mi único amor, todo por venir acá, a esta puta y odiada ciudad, que parecía maldecir mi vida. Es como si ella no permitiera que nadie que me quiere y me ama se pueda acercar a mi lado. Es lamentable que esto haya sucedido. Me dormí y cuando me desperté había llorado colores. Esta vez pasó algo muy distinto, no podía parar de llorar, pero esta vez mis lágrimas eras lágrimas de colores. Los colores que estaban en mi jardín inundaban y bañaban mi cara.

















jueves, 11 de noviembre de 2010

La conjura de los necios.

Ignatius estaba encerrado en su habitación, consensuando con su maldita mente cómo hacer para volver a verla Myrna Mynkoff. No se le ocurría la manera, ella estaba lejos, tenía otros planes para su vida, no sabía si ella quisiera verlo nuevamente.

De la habitación de Ignatius salían chirridos y eructos atronadores, que retumbaban por toda la casa. La señora Reilly habló con su amiga y había tomado una decisión, llamaría al Hospital de Caridad para que vinieran a buscar a Ignatius cuanto antes. Las cosas no podían seguir hasta ahora, Ignatius ya no aportaba más dinero en su casa, vivía descansando y elucubrando ideas comunistas que a la larga le traerían problemas a la familia entera. Ella lo había intentado todo, pero nada hacía cambiar la actitud de él, con treinta años cumplidos seguía dependiendo de ella como si tuviera catorce. La decisión había sido dura, no podía separarse de él tan fácilmente, pero con el tiempo las cosas mejorarían, todo volvería a su curso. La señora Reilly partió de su casa a lo de su amiga, que hacía tiempo le había aconsejado esto.

Ignatius notó que estaba solo en su casa, así que decidió bajar a la cocina a prepararse un sándwich. Sentía una inmensa soledad, que de a poco lo iba invadiendo. No sabía que más hacer, su vida estaba desbaratada, sin rumbo, no podía hallar una solución. Ni él mismo sabía lo que quería, no terminaba de entenderse. Sospechaba que algo sucedería, pero no tenía idea de que es lo que podría ser. Trató de calmarse, de bajar un poco las revoluciones, se recostó sobre el sillón del living a esperar lo que le depararía el destino. Era raro que su madre se hubiese ido de su casa tan temprano, sin decirle a donde. Los caminos que vendrían serían distintos, esperaba que sean mejores, sin sobresaltos, sin complicaciones, aunque aquello fuera difícil.

Eran las 23’30 horas y su cuerpo cansado pedía un cambio, una señal que pudiera finalizar con el dolor que atravesaba por ese momento. De pronto llamaron a la puerta, no tenía la menor idea de quien pudiera ser a esa hora de la noche, esperó pero seguían insistiendo así que decidió atender. Se llevó una sorpresa eran dos hombres fortachones vestidos con un ambo celeste y un tercero con uno azul, no sabía qué era lo que buscaban en su casa. Les preguntó a quién buscaban preocupado y le respondieron si él era Ignatius Reilly, a lo que él respondió el por qué de la pregunta, qué es lo que necesitaban de él si fuese él la persona que buscaban. No le dieron mayores explicaciones y comenzó un tironeo entre los cuatro que concluyó en que a Ignatius lo apresaron y lo metieron adentro de una ambulancia. Tardaron aproximadamente cuarenta minutos en llegar al Hospital, para Ignatius fue una eternidad. Lo llevaron dentro de un pabellón, todo blanco, con muchas puertas, una de ellas iba a ser su habitación. Durante toda la madrugada no pudo dormir, pensaba en como su madre podía haberlo hecho esto, encerrarlo en un Hospital Psiquiátrico.

Por fin llegó la mañana, le trajeron el desayuno con unas medicinas, unas cuantas pastillas de todos los colores imaginables. Luego él pidió un cuaderno y un lápiz para aunque sea continuar con sus notas, necesitaba hacerlo, descargar su ira sobre el papel. Se lo trajeron, así que se incorporó de la cama y comenzó un relato desahuciado por las desventuras del último tiempo, culminando con la internación. Se preguntaba cuánto tiempo lo iban a dejar encerrado, él necesitaba de libertad, no porque le gustara mucho salir a la calle sino porque así se sentía oprimido, asfixiado, sin salida.

Al tercer día recibió la visita de su madre que muy apenada le preguntó cómo se encontraba, qué es lo que podía hacer con él, a lo que respondió que nunca pensó en que fuera capaz de esto, que quería que lo liberaran de esta celda. La señora Reilly le contestó que eso no estaba en sus manos, que los médicos iban a decidir su alta.

Los días comenzaron a correr de una manera abrumadora, cada vez más la medicación lo envolvía en un mundo extraño, plagado de fantasías descabelladas, que una vez vivenciadas las relataba excitado en el cuaderno que le habían prestado. Ya eran como cien las páginas que había escrito, le quedaba poco al cuaderno y mucho a su imaginación. Decidió escribirle una carta a Myrna para ver si ella podía hacer algo para salvarlo, necesitaba su ayuda, así que lo hizo y le pidió a su madre que por favor la enviara.

Luego de meses recibió la visita de Myrna en el Hospital, se presentó sin previo aviso. Hablaron largo tiempo, él le suplicó que convenciera a los médicos que él ya se encontraba mejor, que ella se haría cargo de su cuidado. Así que ella hizo el intento, prometió cuidarlo, darle su medicación, llevarlo a los controles y de esa forma los médicos aceptaron la propuesta de ella.

A los pocos días estaban juntos Myrna y Ignatius, viviendo en una habitación de una pensión cercana al Hospital. Ella lo cuidaba noche y día, él cada vez estaba mejor, seguía con sus notas, era una verdadera terapia para él. Con el tiempo la medicación fue menguando, hasta desaparecer por completo, Ignatius estaba realmente como nuevo, con expectativas en su futuro, retomaría sus proyectos políticos pero esta vez junto a Myrna. Esto dependía de ella, ella lo había salvado, rescatado.

“Miró agradecido la nuca de Myrna, la cola de caballo que golpeaba inocente sus rodillas. Gratamente. Qué irónico, pensó Ignatius. Y, tomando la cola de caballo con una de sus manazas, la apretó cálidamente contra su húmedo bigote.”


Inspirado en el texto de John Kennedy Toole

domingo, 24 de octubre de 2010

Los treinta y tres mineros… bendita oscuridad.

Fue un día como cualquier otro, Ernesto se levantó a las seis de la mañana, desayuno tranquilo, total tenía tiempo. Tomó sus elementos de seguridad, la vianda del almuerzo y partió hacia su trabajo.

A las siete y cuarto todos se encontraban listos para realizar las tareas habituales. Así que se sumergieron en la tierra que los esperaba paciente.

Era un simple minero de 21 años de edad, que hacía un tiempo había comenzado a trabajar debido a que lo habían despedido de una empresa de seguridad, así que le pareció una muy buena opción la minería. Sus días transcurrían de su casa al trabajo y si le quedaba un poco de tiempo iba al gimnasio a cumplir con su rutina diaria. No tenía amigos, era un hombre bastante solitario, que hacía que su soledad se sintiera a miles de kilómetros de distancia. Nadie entendía esto, porque era una persona muy sociable, pero alguien de pocos amigos, digamos que sólo un par. Vivía con su madre en una humilde casa en un barrio bastante pobre. El dinero nunca alcanzaba para llegar a fin de mes, pero se las arreglaba para subsistir.

Mientras escavaban en esa tierra, nunca imaginaron lo que les depararía, de golpe se sintió un fuerte temblor, que desestabilizo a todos los operarios de la mina, una explosión arremató su espanto y a los pocos segundos estaban acorralados a setecientos metros bajos tierra, devorados por ese manto marrón que de ahora en más se convertiría en su refugio vaya a saber por cuánto tiempo más. Algunos lloraron de desesperación, otros cundieron en pánico, unos pocos trataron de calmar al resto, pero era imposible, el caos había entrado en la vida de estos mineros que a partir de este momento dependía su suerte del destino cruel que les había deparado esta trampa. Fue una emboscada de este laberinto de tierra húmeda, que sucumbe en el silencio de las profundidades. No había salida, ahora había que esperar que los pudieran encontrar y así rescatar. No perdían las esperanzas, rezaban todo el día, se reunieron por grupos, eran treinta y tres hombres ardiendo en un éxodo no elegido. Eran once por cada grupo, que se ocupaban de diferentes tareas, como por ejemplo buscar alimentos para racionalizar, tratar de hacer pozos para que puedan defecar sin contaminar el lugar, mantener limpio los rincones que habitaban. El día era una profunda oscuridad, plagada de temor, interrogantes que se extendían hasta aturdirlos con pesadillas sin fin… No podían ver la luz del día, sus ojos ya se habían acostumbrados a la negrura, cada segundo duraba una eternidad, cada minuto era un inmaculado desgarro por no poder salir. El encierro consumió sus carnes, sus pensamientos se enflaquecieron, había anorexia de esperanzas, el sudor matutino teñía su piel mugrienta con una pincelada de agua salada.

Una tarde uno de sus celulares comenzó a sonar, no entendían nada, atendieron desesperados era un hombre, que ninguno conocía pero que iluminaba su camino nuevamente. Les preguntó cómo se encontraban, si podían precisar las coordenadas por donde se hallaban, así que le pasó el teléfono a Ricardo, que le indicó exactamente en donde estaban. Les dijo que se tranquilizaran, que lo importante es que estuvieran sanos, que dentro de un tiempo los iban a poder rescatar. Esa llamada los vitalizó, les inyecto nuevas esperanzas. Los días seguían corriendo y sin novedades, sobre la pared iban haciendo rayitas tachadas para saber cuántos días habían pasado, ya iban 40 días de encierro.

Nunca imaginaron lo que estaban viviendo, era un día como cualquier otro que terminó enterrándolos en el fondo de la tierra.

Arriba prosiguieron con excavaciones sumamente cuidadosas para que no se desbarranque el lugar. Calculaban que en tres meses más los podría sacar, tenían comunicaciones seguidas con los hombres, hasta pudieron tirarles por un agujero que llegaba hasta ese lugar un par de cosas que los hombres les pedían. Tenían toda la fe que tarde o temprano los sacarían de ese infierno, sólo había que tener paciencia, esperar… no quedaba otra.

Pasó un mes más y los mineros no veían la hora de ver la luz. Cada vez más sus fuerzas se iban debilitando. Los rezos no cesaban, no tardaron en derramar lágrimas de cristal que se deslizaban sobre la tierra que habitaba en sus mejillas. Guardianes de intrusos en la obscuridad, desnudos de libertad, sofocaron sus ahogos, un ángel los rodeó con un cordón de luz, que perfiló un nuevo día naciente. Bendita oscuridad reflejada en cada mirada, en cada palabra silenciada.

A mitad del próximo mes tenían la noticia de que por fin los rescatarían muy pronto, ya estaban muy cerca de ellos, los podían oír. Llegó el gran día y las noticias del mundo posaban sus ojos en el rescate de estas personas perdidas hace ya tres meses y medio. A medianoche se probó la máquina que se encargaría de todo. El primer rescatista que bajó fue un excito, los mineros estaban felices, no lo podían creer, y con el tiempo fueron saliendo uno a uno. El reencuentro con sus familiares, la alegría de estar de nuevo sobre tierra firme. Habían vuelto a nacer, la tierra los había parido nuevamente.

Ernesto al salir no lo podía creer, fue una agonía interminable, aquel viaje a los suburbios de la tierra que los envolvió por ese tiempo. Juró nunca más dedicarse a las minas, su vida debería cambiar de una vez y para siempre. Se relajaría un poco más y trataría de vivir la vida en compañía, eso lo aprendió en ese tiempo, que es fundamental el poder compartir con otros los momentos importantes de nuestras vidas. Somos seres relacionales, que necesitamos del otro como de la luz y de la libertad, sólo que a veces cuesta entenderlo, por miedo, por frustración, por no saberlo. Pero Ernesto ya había aprendido la lección y de ahora en más la pondría en práctica.

Escribir

‎"Escribir es como abrazar un cuerpo que no está..."


En la inmensidad del silencio gritar un sin nombre

de recuerdos petrificados por el aroma de tu piel.

Dibujar garabatos sobre la arena esparcida

por los manantiales de fresas frescas.

Acartonar figuras de papel

que se marchitan por el calor de tu mirada recelosa.

Las palabras invaden el pedestal

de tu amanecer cubierto de mentiras.

En tu mirada algo hallé que me hizo olvidar

las lágrimas que recorrían mis mejillas entristecidas.

Y así comencé a escribir sobre estelas desparramadas

sobre lagos artificiales que socavaban mi soledad certera.

Las voces se amontonaban,

hacían bullicios de desesperación por aparecer en la letra de tu canción.

martes, 21 de septiembre de 2010

Adios de verano

Era una tarde de verano, un calor insoportable, en la vereda de la calle Suipacha, no había un alma. Sólo ella con su silla en la puerta de su casa como esperando que alguien volviera. Con el mate en la mano, recorría el barrio con sus ojos saltones. Respiraba cansada, agotada por el trabajo familiar, que tanto la consumía.


Al mediodía entró a su casa a preparar la comida. Algo livianito para que no le caiga mal a nadie, una ensaladita completa era su preferida, eso es lo que se haría. Sonó el teléfono, hacía mucho tiempo que no pasaba, ya no recordaba ese sonido. No reconoció aquella voz que la llamaba, era extraño, le preguntaban por un hombre que hacía años se había ido de esa casa. Le costó incluso recordar su nombre, cuando lo hizo memorizó su cuerpo, su piel, su rostro, sus manos y un escalofrío la recorrió. Contestó que no sabía nada de él, que hacía años se había ido y que no tenía idea de su paradero.

Al cortar su mente comenzó a divagar por el pasado habitado por este hombre que un día amo locamente. Los días empezaron su recorrido por momentos ya sucumbidos hace tiempo. Intentó apaciguar los recuerdos de un ayer vivido a la sombra de aquel que un día decidió irse para no volver jamás. Buscó por todos lados algo que la rescatara de la memoria plagada de nostalgias ajenas porque nunca había sido ella la que tomó la decisión de terminar.

Después de comer decidió embarcarse en la búsqueda de aquel personaje, no sabía por dónde empezar, qué lugares recorrer. Por más que la temperatura seguía en aumento, decidió salir a buscarlo. Comenzó por los bares de la ciudad, bodegones de mala muerte más bien; pero nada en ningún lado, ningún rastro. Llevó una foto consigo para ver si alguien lo reconocía, pero no tuvo suerte.

Después se dirigió al club mitre donde solía encontrarse con sus amigotes. Por fin lo encontró, borracho, al punto de no reconocer su nombre cuando lo llamó. Se acercó a él, lo zamarreó un poco para que reaccione.

_ Raúl!? ¿Me escuchas? Necesito que hablemos.

_ ¿Quién sos? ¿Qué querés de mí?

_Soy Paula, tu ex mujer. Quiero que me digas por qué te fuiste, por qué me abandonaste sin ninguna explicación.

_ No sé, pasó mucho tiempo, era más joven, con ganas de vivir la vida y a tu lado no podía. No quise lastimarte, fue lo mejor que podía hacer.

_ Si eras libre, hacías lo que querías. Nunca te hice problemas por nada, debí ser más dura con vos. No valió la pena el esfuerzo que hice para mantener viva la pasión que un día sin pensar destruiste.

_Paula no vengas ahora con este tipo de planteos, no los necesito. ¿Para qué me buscaste?

_ Para saber lo que te pregunté. No vales nada, sos un borracho que no sabe lo que quiere de su vida, definitivamente fue lo mejor. Tal vez no era el modo pero bueno no te puedo pedir más nada.

Se retiró pensativa, creyendo que ya no había nada más que hacer en ese lugar. En esas condiciones no podía esperar nada de aquel hombre que un día amo. Las lágrimas rodaron por su rostro despidiendo a algo que no pudo ser, que jamás fue.

Con el tiempo comprendió que era lo mejor no volver a saber nada de él, recomenzar con su vida, elegir otras cartas, barajar de nuevo.